lunes, marzo 23

Fiesta de disfraces





"Existen dos maneras de ser feliz en esta vida,
una es hacerse el idiota y la otra serlo."
(S. Freud )





-“Cualquiera que me vea: con estos lentes enormes de falso aumento, aparentando ser un gran científico, ocupado en un proyecto para despecar a los pecosos; sin lugar a dudas me catalogaría como un tipo divertido. Pues bien: error. No siempre soy divertido. La mayor parte del tiempo me la paso en planteos existenciales, buscando hacer mi vida un poco más difícil, y enredándome en conflictos insolubles.”

Uf… nadie me da un tronco de bola, y eso me pasa por salir con estos lentes de falso aumento (así no puedo hablar en serio). De todas maneras, antes de perderme una salida en filosofía barata, prefiero perderla en chamullos con alguna curiosa que haga más de dos preguntas sobre el personaje. Es increíble cómo me favorece el contexto; hasta ellas que parecen tan coquetas y dentro de una burbujita antimanchas, no logran esconder la mueca delante de estos culos de botella que me preceden. No estoy seguro si me divierto más: con alguien que me siga el juego, o desafiando a las serias en “el que se ríe primero pierde” mirándolas con toda mi mejor cara de idiota. Me entretengo bastante, sobre todo sabiendo que mi lado serio, de preguntas incómodas (y hasta molestas), queda escondido a la sombra de quien hoy se llama Sergio, investiga una vacuna para despecar a los pelirrojos, y busca una estudiante de astrofísica para tomar un Gin Tonic, (y aunque esté demás decirlo, usa estos lentes enormes).
Mirá como se vino este chabón, “¡siempre con algún disfraz vos, ¿eh? jaja! ¡Tanto tiempo, che!... Mi novia… él es Ramiro. Éramos compañeros del cole”, qué pirado, vaya a saber en qué ande… hace unos años se juntaba con los hippies, hacía teatro, qué se yo… está loco. Seguro es para hacerse el banana con las minas “ojo que por ahí anda mi hermana… ¡eh? ¡jeje!” y ni que se te ocurra tirarle un chistecito a mi novia, ahí sí que me pongo verde. “¿Sabías que tu novio siempre fue muy estudioso? Ni con estos lentes le ganaba… y mirá: ahora él es toda una estrella de rock, y yo, un estudiante de astrofísica, qué paradoja. ¿Vos no tendrás alguna hermana que quiera ir conmigo a la biblioteca?” Claro que no tenés, claro que no te da gracia, si los dos son un par de animalitos de granja. ¿Saben algo? son bastante aburridos, y me da gracia que se queden ahí paraditos por compromiso, y les da apuro pero quisieran salir corriendo, y dejar a este chiflado. Eso lo sé, y por eso no me voy, y les sonrío cuando no miran el piso. ¡Tienen algo de gracioso!
Por qué no se va este chiflado. Podría llevarla al parque en mi auto antes de que el padre le mande un mensaje para saber por dónde anda… “Nosotros nos vamos, porque vinimos con unos amigos, y… cualquier cosa estamos por ahí” Al fin tomás una decisión, campeón, ¡y con un hermoso pretexto! TAN típico de vos, siempre haciendo las cosas bien, siempre con el papel de chico obediente… le advertiría a la chica que se cuide, porque -siguiendo con la regla del disfraz-, el que es muy obediente, al final… ¡ja! Pero si ella debe ser igual de obediente, y mañana los dos… ¡bueh! Que se yo. Basta.

Los muchachos en la mesa deben seguir con la polémica del disfraz, aunque ahora hay uno parado de su silla y vaya a saber qué esté discutiendo, pero con el vaso de cerveza no se da cuenta de estar salpicando a las chicas de al lado. Qué patético. Es injusto que esté acá divirtiéndome y ellos tan empecinados en alguna discusión absurda…
Sería fabuloso que venga a divertirse. Pobre Rafa, si aceptó venir, por lo menos debería estar bailando, o escuchando música, pero con nosotras, no por cualquier lado. Hace un rato estaba apoyado en la barra ahogándose en Vodka y yo me siento tan culpable. Miralo, pobrecito mi vida, desparramado en aquellos sillones. No sé qué decirle. En realidad no quise parecer tan pegota. Pero qué iba a hacer, tampoco tenía que dejar de abrazar a mi mejor amigo solamente porque se puso de novio. Y eso Rafa lo sabe, porque me dijo que no era mi culpa, que la otra es una Histérica. Más te valía Rafita, ¡si nos conocemos de jardín! Me llegabas a tratar mal por esa maltrecha, no sabés la que te armaba…de todas formas quiero que venga, no puede quedarse toda la noche ahí, dando lástima. Tiene que venir y hacernos reír a todas, como él sabe… ¡Upa! ¿Y éste? “No, no conozco a ninguna chica que estudie astrofísica” (y yo que me creía loca…) “A ver… ¿me los prestás?” ¡Ey! Son de mentira, el pibe no es así, ¡qué gusto! Haciéndote el gracioso, sos más interesante, pero quisiera que ahora dejaras de lado el personaje y me contaras al menos cómo te llamás en realidad.
Quisiera contarte todo, Todo. Pero la autenticidad a secas, me da fobia. ¡Uy, no! Noté la sutileza que tuviste por esquivarme, esto entra en crisis. “¿Te gusta el helado! ¡Perfecto! Entonces el viernes podríamos…” Sí, sí… ya sé que fue una pregunta fácil, porque a muchas les gusta el helado, pero algo había que decir. Tendría que felicitarte por descubrirme. ¡Eso fue lindo! (me gusta la sinceridad con que me descubre). Es como si hubiera encontrado una hilacha en el disfraz y tirara muy despacio como disfrutando de cada punto que hace saltar. A ver… ¿qué más? “contame algo, como recién” ¿qué edad tendrás, con quién vivirás, estarás de novio? Pero en qué estoy pensando… si esa mirada te delata no tener más de veinte y con esos lentes los estás escondiendo. Sí, en un proyecto para despecar a los pelirrojos… “yo también tengo algunas pecas ¿sabés?”. Esa gracia, en cierto modo, te hace más interesante, pero sí o sí tengo que descubrirte. Si me dejás en esta etapa del chiste, me hace pensar que no tenés remate.
Sería bueno poder concretar algunas palabras en serio, y muero por mostrarte quién soy, quitarme estos lentes patéticos y mostrarte Quién Soy. ¿Pero si no te gusto, si al conocerme descubrís que soy más común que todos los comunes igual a cualquiera del resto? No… mejor no correr el riesgo, mantener la expectativa, pedirte un teléfono, y tomando un helado –lejos de tanto ruido- te entrego una caja con toda mi autenticidad y averiguás cuánto quieras. Pero así, con los oídos zumbando, y un fernet haciéndole zancadillas a mi lengua, es inesperada la imagen que puedo dejarte. Y no es por miedo, seguro no me querés contar porque sos igual al resto… “mirá, me voy a buscar a un amigo que está medio bajoneado… enseguida vuelvo ¿sí?

Desilusión, descontento, despojo, desaliento, desencantado, desnudo, desdichado, desmotivado, desorientado, des-tro-za-do. Una pelusa en el ombligo de un ogro. Así me siento por saber que te fuiste con la imagen de un imbécil disfrazado y la duda de si habiendo avivado eso que muy pocos te pueden… era o no capaz de mantenerlo.

QUÉ LÁS-TIMA.
Bueno, la noche es larga, seguro te vuelvo a encontrar.
((Mejor, escondo estos lentes de porquería)).

lunes, marzo 16

Cita ciega

Apenas quedó solo comenzó el reencuentro con cada momento excitante que había vivido, y le fue inevitable reír (de puro satisfecho) por reconocer que al fin tenía algo que contar delante de sus tíos, de sus amigos, sin que se burlen.

Pobre Horacio, nadie lograba comprender que sólo se estaba tomando su tiempo para hacer lo que se llama “cosas de jóvenes”. Tía Mónica no sabe nada cuando afirma (después de tomarse unas copas), que Horacio no es del todo machito porque nunca lo vio con una chica. No es que no le gusten, es que Horacio espera la chica indicada, en el momento justo, en un mundo caótico. Pero ahora todo podría coincidir.


La película que enganchó mientras cenaba los fideos con manteca que mamá le había recalentado, cerró con un final patético. Afuera, recién apaciguaban los goterones escandalosos, y la llovizna hacía una noche de sábado angustiante por donde se le busque. La vida a esa altura le presentaba dos opciones: sepultar su soledad entre sus sábanas de Batman, o salir a dar una vuelta.
Mamá le dio unos pesos para que se trasladara en taxi, “es más seguro y evitás resfriarte”. Él recibió los pesos y los consejos de muy beuna manera, pero decidió patear hasta el centro.


Ver jóvenes por la calle siempre fue anestesia contra la soledad a la que se entregaba cada noche frente a su PC o su TV. Sabía que aparte de mamá debía tener otras amistades. Estaban los de la cancha, pero esos eran más grandes, un poco borrachos, y no eran tan amigos. Por lo cual se entregaba a largas caminatas entre cuadras de popularidad nocturna con la ambiciosa empresa de conocer a alguien.


Lo cierto es que a cada paso se alejaba de lo que ocurría a su alrededor, cada vez más cerca de su PC, su sofá, su TV. Era extraño, pero una delicada voz trataba de volverlo a la ruidosa cuadra por donde circulaba, llamándolo “Mauricio”. Con la estupidez al volver rápido del sueño, Horacio reconoce una mano femenina sobre su hombro. Al voltear lo estremece el arrebato de una bonita chica que sonriendo, le besa la mejilla y lo toma de la mano.
El rostro le parecía lejanamente conocido, y se obligó a un esfuerzo por descubrirla. Quería llamarla por su nombre, pero apenas recordaba su mirada, y temió no acertar con el sustantivo propio que habría bastado para arruinar la primera (acaso única) vez que una chica se interesaba en él. Por lo pronto desistió de tal cortesía… al fin y al cabo: la chica lo llamaba Mauricio.
-“Mauricio, esta noche soy tuya…”- Tal fue el susurro por demás seductor que le hizo al oído antes de tomarlo del brazo, y conducirlo al bar donde compartirían una cerveza.


El absurdo que vivía se volvía un poco inquietante, hasta que ella acertó con una pregunta que conectaría todos los cables sueltos. -¿Cómo está tu hermano… cómo está Franco en su nuevo trabajo?- Horacio en ese momento no hizo más que ocultar la convulsión que le produjo ver encajar el círculo en el círculo y el cuadrado en el cuadrado…

Hermanos mellizos (muy poco parecidos) Mauricio y Franco eran sus fanfarrones compañeros de colegio. Meses atrás saldrían todos a despedir el año. Franco advirtió (de puro presumido) que él estaría adentro, que les presentaría a “su chica nueva”. Tanta gente, tanto humo, tanto volumen en la música deben haber confundido las presentaciones correspondientes. Lo importante es que ahora el rostro tenía nombre: se llama Lucrecia.
Por lo demás, sabía que Mauricio aún está en el sur trabajando por la temporada veraniega y que la relación con Franco no duró más de una semana porque la chica le hacía celos, o cosa por el estilo.


Era tiempo de revisar la situación: es sábado, hay una chica seduciéndolo -por un capricho con el tal Mauricio que creyó conocer aquella noche-, y sobre la mesa hay una cerveza bien helada que lo invita a revolcarse en la maldad de cobrarse tantas burlas, tomándose ese mate ajeno... como quién dice.
Se dejó llamar Mauricio con total naturalidad y hasta inventaba hechos ficticios y familiares nuevos, que Lucrecia jamás había conocido, y él respondía con un “que mal Franco, no contarte nada del rescate aéreo, la mansión heredada, o el famoso bailarín de TAP que fue cuando niño” (Horacio peligraba por lo patético, pero la chica ni siquiera sospechó).


Casi perdieron las prendas en el taxi. El candoroso viaje los condujo a una casa tenebrosa por lo vieja, por lo escura, y fue la excusa perfecta para tomarla de la cintura y no soltarla, mientras ella abría puertas con el silencio de una perfecta criminal.

La pasión reavivó en lo que debía ser un cuarto de huéspedes. Al final de la galería, cruzando el patio interno, entre caricias encontraron la cama, se quitaron la ropa, encontraron sus cuerpos. Ella un poco inquieta, susurró que iría al baño y envolviéndose en una sábana, salió.


Apenas quedó solo comenzó el reencuentro con cada momento excitante que había vivido, y le fue inevitable reír (de puro satisfecho) por reconocer que al fin tenía algo que contar delante de sus tíos, de sus amigos, sin que se burlen.

Afuera, ella despierta a sus nueve primos mayores -y uno que otro tío entusiasmado por el revuelo silencioso-, les aconseja que busquen objetos contundentes: una llave inglesa, un caño, un palo de amasar… y casi llorando les indica que está en la piecita del fondo. Que el degenerado que la llama por teléfono para tocarse gimiendo guarangadas, está desnudo, está indefenso en la piecita del fondo.

lunes, marzo 9

A veces, niño


No vendí nada. Qué porquería haber pensado que estas lociones iban a venderse solas… Espero que se caliente la pava, y es como estar en pido gancho. Te preguntan qué hacés, y esperás a que se caliente la pava, entonces nadie sospecha que estas pensando tranquilo, y no se fastidian.

Ya van a ser las ocho, y por suerte febrero me regala todavía un poco de tarde, para amoldarme en algún banco con un libro abierto entre amargos. Al libro me lo prestó mi tío, diciéndome que tenía el secreto del buen vendedor –como si me entregara el mapa detallado para ser hoy mismo, el presidente del mundo- y ¿saben qué? Me aburre y hasta me molesta la sanatería. Pero estoy grandecito, tengo hambre y cinco mil frascos de loción símil Kevin por vender. Los amargos para mí, lo que la espinaca para Popeye, y tal vez hoy, llegue al segundo capítulo.
-¿Qué estas leyendo?
- ¡Emm...! Nada, nada… un libro de grandes.
- ¿Tiene dibujos de mounstros?
- ¿Dibujos? No, sólo en palabras.
-¿Por qué estás leyendo eso?
Pero qué niñito preguntón, che. ¿Dónde estarán sus padres? Al menos su interrupción es un buen pretexto para otro mate.
-Mirá, porque cuando uno es grande, tiene que hacer cosas de grande. Es complicado. No lo vas a entender hasta que crezcas.
Luego me aseguró que sí iba a entender e insistió en que le explicara, a lo que yo opté por ignorarlo antes de que tome más confianza. Abrí mi libro nuevamente sólo para que sepa que tiene que irse.
-Si es difícil, ¿por qué no hacés cosas que hacemos los chicos?
Qué mocoso metido, che… ¿por qué no se ira?
-Mirá allá, ¡en los columpios!- insistía el niño.
Ni atiné a abandonar las siete claves para el éxito por una distracción infantil.
- Esa chica se aburre sola. ¿No querés ser su amigo? Es grande como vos.
- Escuchame nene, si no te vas ahora mismo, llamo a la policía.
Por fin, al menos ahora me hace burlas desde lejos. Es imposible concentrarse en esta plaza, donde andan sueltos niñitos sin padres, donde mi perra torea a los falderos de las viejas, y ese constante ruido que hace el columpio cuando hay alguien hamacándose…
Cierto que parece aburrida, ahí, sola, mirando las nubes. No debe tener más de veinticinco, y al hamacarse se ve tres o cuatro veces más linda. Tal vez podría ir a charlar con ella desde el columpio de al lado. Digo… hacernos amigos, como dijo el niñito… ¡pero qué estupidez! En qué estoy pensando, debería concentrarme en este capítulo de Marketing directo, y dejarme de embromar con distracciones infantiles, qué cosa che.

La pelota multicolor del chico fue un bombazo que se estrelló en el respaldo de mi banco, por poco no me voltea el termo. Lo busqué para que aprenda un par de insultos nuevos, pero había desaparecido. Qué mirada más hermosa. Estoy invadido por un sentimiento rarísimo. Es decir, estoy seguro que voy a ir a hablar con ella. No puedo dejarla pasar. Pero cómo.
Dos personas contemporáneas, en este mundo de millones de años, que podrían conocerse sólo en los próximos diez minutos, atravesando los miserables quince o veinte pasos que los separan, no pueden ignorarse por el simple temor a ser rechazados.
No, mejor me olvido, total va a pasar como siempre. Voy a sentarme al lado, a saludarla y antes que nada va a decirme que lo siente pero está esperando a su novio, o que vino para estar sola. Entonces lo mismo que escuché toda la tarde:
“No estamos vendiendo nada, así que no nos interesan tus productos, lo siento, date una vuelta en mayo, en una de esas…” Y ninguna venta, y mis manos vacías.

Este libro me parece una porquería, y urgente tengo que encontrar la forma de acercarme. Ya siento un nudo que se me hace múltiple en el estómago. Estoy como por saltar de esas piedras de Mina Clavero que superan los veinticinco metros sobre el nivel del angosto río. Siento un sudor frío en las manos, y no puedo detener el tamborileo que mis dedos hacen en el banco. Ya intenté pararme dos o tres veces, para titubear y volver a caer sentado.
Es curioso descubrir cómo el destino se vale de un perro –con toda la idiotez de un perro- para que sea el arquitecto que diseñe un puente indestructible entre dos personas. Ahí venía mi perra, escoltada por su cola que se movía de lado a lado y un palo en la boca. Sin dudas ni demoras, aproveché la intención de la cuadrúpeda y arrojé el palo lo más cercano posible de los columpios.
¡Estúpida perra! Nunca trae el palito tan rápido… ¡y ni siquiera estoy cerca! Pero ya salté de mi banco y de ahí también estoy bastante lejos.
De este momento hasta que estuve sentado en el columpio de al lado, son recuerdos como los que se consiguen esas noches de tremenda borrachera.
No sin pedir permiso -porque los psicópatas también se acercan a las chicas lindas y solas- me senté.
Inmediatamente sentí que mis pies no tocaban el suelo, y el columpio se volvió enorme. Por un instante (no más de un segundo), entré en pánico. Pero cuando la miré, ella también era diferente (encantadoramente diferente), ahora tenía dos trenzas, y sus lentes, un marco color rosa que hacía juego con su vestido y sus moños. Nada en mi vida superaba esa especie de Nirvana que nos atrapaba. Ahora, todo es diferente: mi pelo está más corto; mis zapatos se volvieron unas Pampero con abrojo por delante; tenía puesta una jardinera; debajo, una remera a rayas naranjas, y hasta olía a colonia Paco.
El transe advertía su momentaneidad, y era preciso tomar las medidas necesarias para hacerlo perdurable: había que decir algo.
Sentados en la trayectoria de los columpios, aproveché una delantera que me dio el lento y desparejo vaivén, para preguntarle: ¿querés ser mi amiga? Y la sonrisa que me devolvió fueron como diez litros de formol para ese momento que duraría al menos tres horas.

Nos despedimos. Sabiendo que la realidad era otra, o al menos que era esa, pero debíamos volver a la fantasía de ganarse la vida y luchar por ser alguien.
Ahora voy camino a casa, y aunque mis zapatillas Pampero con abrojo por delante volvieron a ser estas duras suelas de zapato negro, aún huelo a colonia Paco, y en lugar de mi libro traigo mi pelota multicolor. Pienso que si el destino nos cruza de nuevo, la invito a tomar un helado.

martes, marzo 3

Primeros duelos

- Porfa má... decile que no estoy.- Naturalmente, mamá no le dijo nada, jamás accedía a esas mentiras piadosas y yo tenía que arreglármelas solo. Siempre a la hora de tomar la leche y comer galletitas Manón. Tiene una puntería terrible para venir cuando empiezan los dibujos animados y yo recién guardo la tarea. Ya no sé que hacer para parecer más aburrido… y el vecino nuevo, como si nada, viene con esa presumida bicicleta plateada, sonriendo (siempre sonriendo), seguro que sabe lo mucho que me fastidia y por eso viene, sí, viene sólo para molestarme.
Hace poco, cuando mis papás invitaron con un asado a los vecinos, a éste sinvergüenza le brillaron los ojos cuando se enteró que este año va a ser compañero de mi hermana en el segundo grado. Esa tarde estuvo trayendo juguetes cada vez más grandes, cada vez más sofisticados, cada vez más… de su casa al patio de la mía. A eso de las cinco, el duraznero parecía una feria persa, y jugábamos los tres en una súper pista para autitos de cinco pisos, que ligó por el cumpleaños. Bueno, yo jugaba con la pista, él se entretenía con las historias que le contaban mi hermana y su colección de Playmobil. Baboso...

Por suerte hoy es domingo, no creo que venga. Seguramente se fue a la ciudad con sus padres para conseguir los útiles de este año, o quizás un telescopio, con lo maleducado que lo tienen seguro le regalan un telescopio... ¡Pero en qué estoy pensando! Me importa absolutamente nada, lo que Ése esté haciendo, yo estoy muy bien mirando las gotas de bajan por al ventana, acostado sobre esta alfombra, en esta pieza casi oscura, mientras en la de al lado mamá plancha y papá ceba mates.
-Ma… estoy aburrido.
-Andá buscalo a Guille.
-No.
-Traé papel –agregó papá – que hacemos un barquito y lo largas por la calle.
Papá siempre tuvo ideas brillantes en momentos que el aburrimiento parecía ahogar el día.

Tan feliz estaba con mi barquito que hasta lo pinté y le puse un Playmobil como capitán. Un domingo tan lluvioso, no podía venir tan bien: enfrente, sentado en los escalones de su casa, con unas ridículas botas de goma (que le hacían juego con la ridícula campera, los ridículos guantes y el ridiculísimo sombrero de lana), estaba él. Me llamó particularmente la atención, cómo en el mismo instante que yo decaía, el odiosamente molesto vecino soltaba satisfecho un palito quebrado y sonriéndome con maldad subió los escalones sin mirarlos.
Ya lo preveía, y cuando volvió a salir, se me fueron todas las ilusiones de divertirme. El maldito sacó un Superbarco estilo yate con un diseño dispuesto a opacar cualquier botecito de papel. Como si nada jugaba en el hilo de agua que pasaba del lado de su casa, mientras yo dejé caer mi botecito que se hundió boca abajo. Las puntas de mis zapatillas estaban ya bien mojadas.
Desde la cocina veía cuánto se entretenía, hasta gritaba de vez en cuando para que todos lo escucháramos. Demoré en darme cuenta que sabía que lo miraba, que de reojo él también me miraba y reía satisfecho.
Mi furia en ese entonces, ya era peligrosa.

Le pedí a papá que esta vez me haga un avioncito. Realmente se lució. Era gigante, perfecto para mi contraataque. Salí a la calle con el avioncito en alto, zumbando tan fuerte como sea necesario para tapar sus gritos de marineros ahogados.
Como era de esperarse, abandonó el yate y de a dos escalones subió para traer su respuesta. Yo pude haberle quitado (o roto) el yate, pero mi arma secreta era haber ayudado a descargar su mudanza. Pude catalogar todos sus juguetes.
Mientras él buscaba afanosamente su Jet Boing 747 (réplica enorme del original), yo corrí a buscar entre mis municiones el fabuloso traje de Tortugas Ninja que venía con su espada de plástico y todo.
Claro que encontró su Jet Boing 747 pero imaginen su sorpresa cuando me vio entretenido matando mounstros de los ligustros. No llegó al tercer escalón, que detuvo violentamente el zumbido de sus motores. Podía adivinar su mirada confundida, y su cabeza que se debatía entre aceptar la derrota, o dar un combate más con lo que guardaba.
¡Le dí justo en el blanco, no puedo creer cómo mordió el anzuelo! Cuando lo vi caminar a su casa soltando lentamente el Jet Boing 747 en los escalones, casi doy un grito de victoria… pero faltaba un movimiento más: llamar a mi hermana que jugaba en su cuarto. - ¡Mariela! ¡Asomáte por la cocina! Mirá que estúpido se ve el vecino disfrazado-. Sabía que no iba a resistir perder el duelo de los disfraces, y también sabía que el maldito es secretamente adicto a esos horrendos Telletubies porque descubrí entre las cajas: el disfraz del amarillo.
La carcajada de mi hermana fue la estocada final. Entró llorando a su casa.

-¡Uf! Por fin salió el sol, avisale a mamá que me voy a andar en bici.

lunes, marzo 2

Si hoy dejara de existir ¿Qué fue de mí?




¡Hola mamá, hola papá! Hola camión, abuelos, tíos, primos, Cachi, Nona, Lelo, Córdoba. Cumpleaños en calesita, mucho rojo, lunares amarillos: Los Honguitos. Sarampión, varicela. Jardinera, travesuras, miedos, temores, alegrías, SORPRESAS, envidia… ¡hola hermana! Cama de mamá, cama mía. Canciones divertidas, pulóveres hechos por mi tía. Molinetes, maní, zoológico. ¿Futbol? Noo… fútbol no. Mucho básquet. Dibujos. Cielo. Estrellas. La Biblia.


Viaje.


Verde, verde. Montañas nevadas. Luciérnagas, maizales. Amigos, enemigos. Colectivo. Colegio. Casa grande, casa en árbol. Cuises. Frutas (muchas frutas). Picnic bajo un árbol solitario ¡Hola hermanita!


Viaje.


Edificios. Armenios. Trenes, colectivos, camiones, aviones. Sexto piso. Vecina con problemas. Malos compañeros. Mucho Shopping, mucho humo, ¡Fernando Bravo!¡el de Grande Pá! ¡Samanta? Susana Jiménez… mosquitos en verano. Nos vamos.


Viaje.


Tres colegios. Dibujos, dibujos, dibujos. Casa muuy chiquititita: ¡la cocina en mi pieza? No… tu-cama-en-la-cocina. Chicas, chicos, todos amigos. Vecino malhumorado. Humos malsanos.


Viaje.


Río, río, río… anchísimo el río. Arañas. Cucarachas: para hacer dulce. Amoríos. ¡Amigos? De aquí, de allá, de este pueblito o el de al lado. Siempre una ciudad al costado. Olores feos, feos. Rutas maltrechas, mucho más básquet… y salidas. Cervezas, cocas, y otras bebidas frías. Rock, mucha cumbia. Historia Sanmartiniana, nos vamos de viaje: mañana.


Córdoba: figurita repetida. Sexto año como pancho por su casa, amoríos, amigos, otra vez ventana al río. Más salidas, menos básquet, más amigas. Fin de año: una ruleta perdida, una carrera elegida. Computadoras, empresas, concursos, viajes, concursos, empresas, plata que va, platita que viene, la privada se entretiene…

Cariños por lectura, cuadernos y escritura, concursos, mucha gloria, amargura. Una fija: viajar por mi cuenta, gente que no está en venta.


Cómodo en chancletas y musculosa hilachenta. Chau.