miércoles, abril 1

Pogo




El baterista programó la pinchadura de su auto de manera tal, que el tema preferido sonara a las 3.48 de la madrugada. El día me agotó lo justo y necesario para querer ser parte de la fiesta. Frente a la banda, ya estaban los diecisiete individuos designados que (conmigo) saltarían esa noche. A mis espaldas el muchacho y la chica (que por adelantarme a empujones, me llevarían), aparecieron en el momento oportuno para dejarme del lado izquierdo del escenario. Comenzamos a saltar en una perfecta sincronía, tan compleja, que parecía un caos. Cerca de mí, el rollinga ya revoleaba la remera que yo esquivaría girando 61º a la izquierda, y recibiría (en pleno salto) el choque preciso, que me desplazaría 31cm a la derecha. El vaso de cerveza ya estaba listo para amagarme una empapada, y -por acto reflejo- me volvería oblicuo hacia atrás: dos pasos. Con mi pié izquierdo alcancé el lugar correcto donde giraba la botella a 3, 2 vueltas por segundo. La pisé, resbalé, y antes de caer me colgué de tu hombro.

Te miré,

¿te conocía?

y el amor.

Oliverio Girondo

Les comparto un poco de Oliverio Girondo. Este texto me gusta mucho porque me propone un ejercicio.

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A unos les gusta el alpinismo. A otros les entretiene el dominó. A mí me encanta la transmigración.

Mientras aquéllos se pasan la vida colgados de una soga o pegando puñetazos sobre una mesa, yo me lo paso transmigrando de un cuerpo a otro, yo no me canso nunca de transmigrar.

Desde el amanecer, me instalo en algún eucalipto a respirar la brisa de la mañana. Duermo una siesta mineral, dentro de la primera piedra que hallo en mi camino, y antes de anochecer ya estoy pensando la noche y las chimeneas con un espíritu de gato.

¡Qué delicia la de metamorfosearse en abejorro, la de sorber el polen de las rosas! ¡Qué voluptuosidad la de ser tierra, la de sentirse penetrado de tubérculos, de raíces, de una vida latente que nos fecunda... y nos hace cosquillas!

Para apreciar el jamón ¿no es indispensable ser chancho? Quien no logre transformarse en caballo ¿podrá saborear el gusto de los valles y darse cuenta de lo que significa “tirar el carro”?...

Poseer una virgen es muy distinto a experimentar las sensaciones de la virgen mientras la estamos poseyendo, y una cosa es mirar el mar desde la playa, otra contemplarlo con unos ojos de cangrejo.

Por eso a mí me gusta meterme en las vidas ajenas, vivir todas sus secreciones, todas sus esperanzas, sus buenos y sus malos humores.

Por eso a mí me gusta rumiar la pampa y el crepúsculo personificado en una vaca, sentir la gravitación y los ramajes con un cerebro de nuez o de castaña, arrodillarme en pleno campo, para cantarle con una voz de sapo a las estrellas.

¡Ah, el encanto de haber sido camello, zanahoria, manzana, y la satisfacción de comprender, a fondo, la pereza de los remansos.... y de los camaleones!...

¡Pensar que durante toda su existencia, la mayoría de los hombres no han sido ni siquiera mujer!... ¿Cómo es posible que no se aburran de sus apetitos, de sus espasmos y que no necesiten experimentar, de vez en cuando, los de las cucarachas... los de las madreselvas?

Aunque me he puesto, muchas veces, un cerebro de imbécil, jamás he comprendido que se pueda vivir, eternamente, con un mismo esqueleto y un mismo sexo.

Cuando la vida es demasiado humana —¡únicamente humana!— el mecanismo de pensar ¿no resulta una enfermedad más larga y más aburrida que cualquier otra?

Yo, al menos, tengo la certidumbre que no hubiera podido soportarla sin esa aptitud de evasión, que me permite trasladarme adonde yo no estoy: ser hormiga, jirafa, poner un huevo, y lo que es más importante aún, encontrarme conmigo mismo en el momento en que me había olvidado, casi completamente, de mi propia existencia.

Oliverio Girondo