sábado, diciembre 19

Pequeño abismo

Hace algunos años (cuando estaba solo), me había detenido en un comentario de hoy no recuerdo quién: “Casi se separan porque a él: le gustaba poner la sábana al revés de modo que al acostarse, le quede del lado suavecito; mientras que ella, sin darle importancia, seguía tendiendo la sábana con el estampado hacia arriba.” Me puse a pensar lo importante es evitar esos conflictos por mínimos que parezcan y lo frágil que puede ser una pareja.
Pasaron los años, alguna vez mientras tendía mi cama pensaba en aquello, y me reía un poco. Tal vez me causaba algo de gracia, pero (para ser sincero) me preocupaba lo difícil que puede ser la convivencia.
Ayer me preguntó cómo tendía la sábana: si ponía el estampado hacia arriba, o lo hacia abajo para después acariciar lo suavecito… Claro que estaba preparado, y no me fue difícil responder con toda tranquilidad. Admití mi indiferencia, y así dejaba cualquier confrontación que –por más estúpida que parezca- supo llevar a la ruina a otras parejas.
¡Qué satisfacción! Ojalá no hubiera sido tan pasajera. Me sentí tan inestable, como si hubiera perdido el mapa, o la linterna en el medio del bosque. Traté de calmarme, pensar que todo iba a salir bien, que no nos separarían ese tipo de cosas.
Hace unos minutos que no dejo de escribir esto. Ella está ahí y seguro me mira. Ya debe haber dejado de sonreír y le extraña que no responda. (¡Pero es que no puede olvidarse, no soporto la tensión!) Estoy perdido. No se qué se debe responder. No sé cómo seguirá el curso de nuestras vidas cuando se entere que yo, soy más de lo dulce (que de lo salado).

miércoles, diciembre 16

del otro lado

Volando dos dragones, de frente. Yo soy uno, pero de otros colores (igualmente brillantes), damos vueltas tirabuzón, a ojos cerrados. Nos unimos en un encontronazo desaforado, nos comemos mutuamente, y ahí es inevitable el vértigo.
Descendiendo por su tráquea que son kilómetros de tobogán. Abajo, un océano de almohadones. A poco tiempo de zambullirme, me succiona un remolino acolchonado en lo profundo me recupero un instante del mareo, sólo para descubrirme en la cima de un tornado-almohada que arrasa con una fábrica de caramelos.
piérdome, empáchome, emborráchome.
Duermo
y despierto. Sobre una nube despierto, una nube que alterna colores brillantes (como si estuviera riendo), y es inevitable pararse, y de espaldas (a brazos abiertos) dejarse caer sobre lo simpático, lo acolchonado
La nube se desfonda, y caigo.
Caigo durante un tiempo que no sé si son segundos-hoja-otoño
(si son kilómetros). Y disfruto. Cada nube que atravieso sublima el tacto. La superficie pareciera también caer conmigo, retardar la caída, volar conmigo. Un suave susurro de aleteos me alcanza desde arriba, y es una bandada, mil veces mil besos. Me esconden en un remolino sincronizado y me regalan un aterrizaje peso pluma.
Pasto parece. Pero es un enorme camalote con un sol celeste en el medio que me contiene, y flotamos en una laguna demasiado verde. Gira lento, naufraga. Me extraña la inclinación del cauce y, de cabeza
descubro que navego sobre uno de los colores del arco iris. Me salpican un poco el salto de unos delfines violetas y adentro estoy ahora, de la nube que tormenta caramelos, y entonces colores mezclados, alterados, alternados, brillantes, movedizos… y de a poco, recupero el parpadeo.

Los ojos abro, la veo. Me sonríe. Más caricias. Volvemos ¿volvemos? (a mirarnos digo), volvemos (a besarnos), otra vez, (despacio, a besarnos), nos reconocemos, nos recuperamos, y seguimos de este (y del otro lado) abrazados, caminando.