martes, marzo 3

Primeros duelos

- Porfa má... decile que no estoy.- Naturalmente, mamá no le dijo nada, jamás accedía a esas mentiras piadosas y yo tenía que arreglármelas solo. Siempre a la hora de tomar la leche y comer galletitas Manón. Tiene una puntería terrible para venir cuando empiezan los dibujos animados y yo recién guardo la tarea. Ya no sé que hacer para parecer más aburrido… y el vecino nuevo, como si nada, viene con esa presumida bicicleta plateada, sonriendo (siempre sonriendo), seguro que sabe lo mucho que me fastidia y por eso viene, sí, viene sólo para molestarme.
Hace poco, cuando mis papás invitaron con un asado a los vecinos, a éste sinvergüenza le brillaron los ojos cuando se enteró que este año va a ser compañero de mi hermana en el segundo grado. Esa tarde estuvo trayendo juguetes cada vez más grandes, cada vez más sofisticados, cada vez más… de su casa al patio de la mía. A eso de las cinco, el duraznero parecía una feria persa, y jugábamos los tres en una súper pista para autitos de cinco pisos, que ligó por el cumpleaños. Bueno, yo jugaba con la pista, él se entretenía con las historias que le contaban mi hermana y su colección de Playmobil. Baboso...

Por suerte hoy es domingo, no creo que venga. Seguramente se fue a la ciudad con sus padres para conseguir los útiles de este año, o quizás un telescopio, con lo maleducado que lo tienen seguro le regalan un telescopio... ¡Pero en qué estoy pensando! Me importa absolutamente nada, lo que Ése esté haciendo, yo estoy muy bien mirando las gotas de bajan por al ventana, acostado sobre esta alfombra, en esta pieza casi oscura, mientras en la de al lado mamá plancha y papá ceba mates.
-Ma… estoy aburrido.
-Andá buscalo a Guille.
-No.
-Traé papel –agregó papá – que hacemos un barquito y lo largas por la calle.
Papá siempre tuvo ideas brillantes en momentos que el aburrimiento parecía ahogar el día.

Tan feliz estaba con mi barquito que hasta lo pinté y le puse un Playmobil como capitán. Un domingo tan lluvioso, no podía venir tan bien: enfrente, sentado en los escalones de su casa, con unas ridículas botas de goma (que le hacían juego con la ridícula campera, los ridículos guantes y el ridiculísimo sombrero de lana), estaba él. Me llamó particularmente la atención, cómo en el mismo instante que yo decaía, el odiosamente molesto vecino soltaba satisfecho un palito quebrado y sonriéndome con maldad subió los escalones sin mirarlos.
Ya lo preveía, y cuando volvió a salir, se me fueron todas las ilusiones de divertirme. El maldito sacó un Superbarco estilo yate con un diseño dispuesto a opacar cualquier botecito de papel. Como si nada jugaba en el hilo de agua que pasaba del lado de su casa, mientras yo dejé caer mi botecito que se hundió boca abajo. Las puntas de mis zapatillas estaban ya bien mojadas.
Desde la cocina veía cuánto se entretenía, hasta gritaba de vez en cuando para que todos lo escucháramos. Demoré en darme cuenta que sabía que lo miraba, que de reojo él también me miraba y reía satisfecho.
Mi furia en ese entonces, ya era peligrosa.

Le pedí a papá que esta vez me haga un avioncito. Realmente se lució. Era gigante, perfecto para mi contraataque. Salí a la calle con el avioncito en alto, zumbando tan fuerte como sea necesario para tapar sus gritos de marineros ahogados.
Como era de esperarse, abandonó el yate y de a dos escalones subió para traer su respuesta. Yo pude haberle quitado (o roto) el yate, pero mi arma secreta era haber ayudado a descargar su mudanza. Pude catalogar todos sus juguetes.
Mientras él buscaba afanosamente su Jet Boing 747 (réplica enorme del original), yo corrí a buscar entre mis municiones el fabuloso traje de Tortugas Ninja que venía con su espada de plástico y todo.
Claro que encontró su Jet Boing 747 pero imaginen su sorpresa cuando me vio entretenido matando mounstros de los ligustros. No llegó al tercer escalón, que detuvo violentamente el zumbido de sus motores. Podía adivinar su mirada confundida, y su cabeza que se debatía entre aceptar la derrota, o dar un combate más con lo que guardaba.
¡Le dí justo en el blanco, no puedo creer cómo mordió el anzuelo! Cuando lo vi caminar a su casa soltando lentamente el Jet Boing 747 en los escalones, casi doy un grito de victoria… pero faltaba un movimiento más: llamar a mi hermana que jugaba en su cuarto. - ¡Mariela! ¡Asomáte por la cocina! Mirá que estúpido se ve el vecino disfrazado-. Sabía que no iba a resistir perder el duelo de los disfraces, y también sabía que el maldito es secretamente adicto a esos horrendos Telletubies porque descubrí entre las cajas: el disfraz del amarillo.
La carcajada de mi hermana fue la estocada final. Entró llorando a su casa.

-¡Uf! Por fin salió el sol, avisale a mamá que me voy a andar en bici.