miércoles, abril 1

Pogo




El baterista programó la pinchadura de su auto de manera tal, que el tema preferido sonara a las 3.48 de la madrugada. El día me agotó lo justo y necesario para querer ser parte de la fiesta. Frente a la banda, ya estaban los diecisiete individuos designados que (conmigo) saltarían esa noche. A mis espaldas el muchacho y la chica (que por adelantarme a empujones, me llevarían), aparecieron en el momento oportuno para dejarme del lado izquierdo del escenario. Comenzamos a saltar en una perfecta sincronía, tan compleja, que parecía un caos. Cerca de mí, el rollinga ya revoleaba la remera que yo esquivaría girando 61º a la izquierda, y recibiría (en pleno salto) el choque preciso, que me desplazaría 31cm a la derecha. El vaso de cerveza ya estaba listo para amagarme una empapada, y -por acto reflejo- me volvería oblicuo hacia atrás: dos pasos. Con mi pié izquierdo alcancé el lugar correcto donde giraba la botella a 3, 2 vueltas por segundo. La pisé, resbalé, y antes de caer me colgué de tu hombro.

Te miré,

¿te conocía?

y el amor.